Autora: Isabelle Rimbaud

Mi hermano Arthur

Páginas: 60

Año: 2019

El relato de Isabelle Rimbaud sobre los últimos días de vida de su hermano, el poeta francés Arthur Rimbaud, figura fundamental para la tradición de la poesía moderna. El texto va acompañado por una espléndida nota del poeta mexicano Marco Antonio Campos, traductor de este texto.

Si conocemos los dramáticos meses finales de Rimbaud es ante todo por su hermana Isabelle, quien estuvo devotamente próxima a él día tras día: desde su llegada en agosto a la granja familiar de Roche, cerca de Charleville, hasta su muerte en el hospital de la Concepción , el 10 de noviembre de 1891. Isabelle, la llamada “hermana de devoción”, relató sus recuerdos en dos textos: éste, Mi hermano Arthur, de 1892, escrito en la granja familiar, y el otro, Reliquias, de 1897, donde quiso, hasta la invención y la fantasía, preservar una imagen intelectual, moral y física grandiosas del hermano. Desde el año de su muerte, y sobre todo a partir de 1895, con la publicación de las Poesías completas, preparadas y prologadas por Paul Verlaine, empezó a crecer el mito Rimbaud, e Isabelle buscó dar del hermano menos el retrato de una persona que el de un personaje: alguien entre el ángel y el superhombre. Mi hermano Arthur es un texto que uno lee divertido por las mentiras y fantasías, pero al mismo tiempo, comprendiendo la ingenuidad provinciana de la hermana, con una sonrisa de piedad. Para Isabelle, su hermano Arthur es el gran explorador, el sabio enciclopédico, la inteligencia más dotada, el políglota que habla todos los idiomas europeos y muchos del África, el conversador que hechiza dondequiera a los interlocutores, el franciscano que se despoja de sus ropas y de su dinero para dárselos a los pobres, el asceta que no se permite ningún lujo inútil, el hombre de una fuerza inusitada al que es imposible que ninguna gavilla le robe una sola mercancía, aquel ser fuera de lo humano a quien en el África los moradores llamaban El Justo y El Santo. En suma, alguien que fue para ella simple y sencillamente: “mi ángel, mi santo, mi amado, mi alma”.

Hasta 1981, cuando fui a Charleville, los restos de Isabelle yacían en la cripta familiar, pero su nombre no estaba escrito en la lápida, porque, según el parecer de los habitantes de la ciudad, contó “muchas mentiras sobre su hermano”. Es una estupidez y una mezquindad ilimitadas. Como decía Pierre Petitfils en su notable biografía sobre Rimbaud, reprobando a los censores de Isabelle: “Antes de burlarse se necesitan comprender”.

Marco Antonio Campos

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$12.590,00
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El relato de Isabelle Rimbaud sobre los últimos días de vida de su hermano, el poeta francés Arthur Rimbaud, figura fundamental para la tradición de la poesía moderna. El texto va acompañado por una espléndida nota del poeta mexicano Marco Antonio Campos, traductor de este texto.

Si conocemos los dramáticos meses finales de Rimbaud es ante todo por su hermana Isabelle, quien estuvo devotamente próxima a él día tras día: desde su llegada en agosto a la granja familiar de Roche, cerca de Charleville, hasta su muerte en el hospital de la Concepción , el 10 de noviembre de 1891. Isabelle, la llamada “hermana de devoción”, relató sus recuerdos en dos textos: éste, Mi hermano Arthur, de 1892, escrito en la granja familiar, y el otro, Reliquias, de 1897, donde quiso, hasta la invención y la fantasía, preservar una imagen intelectual, moral y física grandiosas del hermano. Desde el año de su muerte, y sobre todo a partir de 1895, con la publicación de las Poesías completas, preparadas y prologadas por Paul Verlaine, empezó a crecer el mito Rimbaud, e Isabelle buscó dar del hermano menos el retrato de una persona que el de un personaje: alguien entre el ángel y el superhombre. Mi hermano Arthur es un texto que uno lee divertido por las mentiras y fantasías, pero al mismo tiempo, comprendiendo la ingenuidad provinciana de la hermana, con una sonrisa de piedad. Para Isabelle, su hermano Arthur es el gran explorador, el sabio enciclopédico, la inteligencia más dotada, el políglota que habla todos los idiomas europeos y muchos del África, el conversador que hechiza dondequiera a los interlocutores, el franciscano que se despoja de sus ropas y de su dinero para dárselos a los pobres, el asceta que no se permite ningún lujo inútil, el hombre de una fuerza inusitada al que es imposible que ninguna gavilla le robe una sola mercancía, aquel ser fuera de lo humano a quien en el África los moradores llamaban El Justo y El Santo. En suma, alguien que fue para ella simple y sencillamente: “mi ángel, mi santo, mi amado, mi alma”.

Hasta 1981, cuando fui a Charleville, los restos de Isabelle yacían en la cripta familiar, pero su nombre no estaba escrito en la lápida, porque, según el parecer de los habitantes de la ciudad, contó “muchas mentiras sobre su hermano”. Es una estupidez y una mezquindad ilimitadas. Como decía Pierre Petitfils en su notable biografía sobre Rimbaud, reprobando a los censores de Isabelle: “Antes de burlarse se necesitan comprender”.

Marco Antonio Campos