Cartas a Rodin

Rainer Maria Rilke

Editorial Leviatán

 

1998

 

Rainer Maria Rilke es un grande de la literatura y del pensamiento estético europeo, que buscó definir conceptualmente las expresiones diversas del arte de su tiempo, además de ser él mismo un extraordinario creador para quien ninguna manifestación humana era ajena.

Sus cartas son famosas en este sentido, porque en la intimidad del dialogo y el horizonte que abre una misiva en blanco, se permitió franquear una cantidad de enigmas, de propuestas, de respuestas, y de interrogaciones. El mismo daba sus propias respuestas mientras se quedaba esperando el eco de la posteridad a sus incisiones.

Tal es el caso también con la figura proteica y gigantesca de Rodin, que impresionó su tiempo con las sensacionales propuestas escultóricas, y sus concepciones arrojadas acerca del arte y la expresión. Precisamente cuando entró a conocer a Rodin fue tal la fascinación de Rilke que la comunicó a sus amigos, en su asombro y en su búsqueda, revelando los resortes de su propia sensibilidad y a la vez cómo la intimidad con el escultor lo ponía al descubierto en su propia búsqueda incierta, que muchas veces las palabras mismas ocultaban el develamiento.

Vale transcribir un párrafo de una de estas cartas: «Para un artista trabajar es manejar, tener, poseer las cosas, es decir, es conocerlas y vivirlas de veras: amarlas. Por eso para el artista trabajar es no morir, es nada menos que quedarse y perdurar en las cosas que contienen y hacen la vida, que son la realidad mejor, en todas partes, en cada accidente. El trabajo es ese espiritual sentido de convivencia con las cosas, opuesto a la contemplación, implica una estética, una actitud del artista ante el mundo».

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Rainer Maria Rilke es un grande de la literatura y del pensamiento estético europeo, que buscó definir conceptualmente las expresiones diversas del arte de su tiempo, además de ser él mismo un extraordinario creador para quien ninguna manifestación humana era ajena.

Sus cartas son famosas en este sentido, porque en la intimidad del dialogo y el horizonte que abre una misiva en blanco, se permitió franquear una cantidad de enigmas, de propuestas, de respuestas, y de interrogaciones. El mismo daba sus propias respuestas mientras se quedaba esperando el eco de la posteridad a sus incisiones.

Tal es el caso también con la figura proteica y gigantesca de Rodin, que impresionó su tiempo con las sensacionales propuestas escultóricas, y sus concepciones arrojadas acerca del arte y la expresión. Precisamente cuando entró a conocer a Rodin fue tal la fascinación de Rilke que la comunicó a sus amigos, en su asombro y en su búsqueda, revelando los resortes de su propia sensibilidad y a la vez cómo la intimidad con el escultor lo ponía al descubierto en su propia búsqueda incierta, que muchas veces las palabras mismas ocultaban el develamiento.

Vale transcribir un párrafo de una de estas cartas: «Para un artista trabajar es manejar, tener, poseer las cosas, es decir, es conocerlas y vivirlas de veras: amarlas. Por eso para el artista trabajar es no morir, es nada menos que quedarse y perdurar en las cosas que contienen y hacen la vida, que son la realidad mejor, en todas partes, en cada accidente. El trabajo es ese espiritual sentido de convivencia con las cosas, opuesto a la contemplación, implica una estética, una actitud del artista ante el mundo».